Las conservas de pescado son un formato que nos permitirá consumir el pescado incluso meses después de que lo hayamos comprado. Además debido al proceso y los ingredientes utilizados se le añade un toque muy especial al producto y el aceite de la conserva toma también un sabor perfecto para aliñar ensaladas de guarnición.
Hacer tus propias conservas de pescado implica un proceso concienzudo para garantizar la seguridad alimentaria del producto final, pero el resultado vale mucho la pena. Así que arremángate y ponte manos a la obra con tu primera conserva de pescado:
Antes de empezar
- Lo primero es elegir bien nuestros tarros de conserva. Deben ser de cristal, no muy grandes, preferiblemente gruesos, ya que son más resistentes al calor. Y con tapa de enroscar. Es muy importante comprobar su hermetismo metiéndolos en agua abundante y al sacarlos comprobar que no ha entrado ni gota.
Esterilizamos los tarros abiertos, junto a sus tapas correspondientes, hirviéndolos en una cazuela con agua durante 15 minutos y escurriéndolos antes de usarlos. Al hervirlos estamos eliminando las bacterias.
¡Manos a la obra!
Ahora vamos a limpiar el pescado. Lo primero que debemos hacer es retirar bien aletas, cabeza y espinas, vísceras y restos de sangre, para que bacterias internas no puedan estropearlo. También retiraremos las partes oscuras del pescado, por ser más amargas.
Escaldamos el pescado en agua hirviendo con un poco de sal durante menos de 1 minuto (con más tiempo podría resecarse) y una vez listo, retiramos la piel y fileteamos hasta obtener piezas de mediano-pequeño tamaño.
Ahora es el momento de rellenar nuestros tarros de conserva. Empezaremos introduciendo los trozos de pescado. Es importante no llenar hasta arriba el tarro, sino dejar algo de espacio para permitir que se expanda el contenido cuando se caliente. Tampoco debemos dejar demasiado, porque puede echarse a perder la conserva. La justa medida suele ser una distancia en torno a 1 cm. A continuación añadiremos unos granos de pimienta y unas hojas de laurel, que actuarán como conservantes y le añadirán un plus de sabor. Y por último, rellenamos con aceite de oliva. Nos aseguraremos de limpiar bien la boca del tarro para que no haya ningún tipo de resto que pueda estropear la conserva y enroscamos la tapa bien, asegurándonos de que quede cerrado herméticamente.
Y llega el último paso del proceso, en el que esterilizaremos nuestras conservas. Introduciremos los tarros cerrados en una cazuela llena de agua fría, por encima del nivel de las tapas. Dentro, de la cazuela, bajo de los tarros colocaremos previamente un trapo doblado formando dos o más capas, a fin de que los tarros no toquen el fondo metálico y evitar así que estallen con el calor. Es muy importante también mantener una separación prudencial entre ellos para evitar que choquen y se rompan. Dejamos hervir 20 minutos y luego esperamos a que se enfríe una vez apagado, antes de poder sacarlos.
Antes de guardar
las conservas volveremos a comprobar que el cierre sea hermético. Para ello, una manera de hacerlo es presionando la tapa por el centro y comprobando que no vuelve a su posición inicial cuando dejamos de apretar. Esto significará que no hay resquicio de aire entre el producto y la tapa.
Una vez hecho esto buscaremos un lugar de la casa fresco, sin fuentes de luz ni calor directas, ventilado y sin humedad. Ese será nuestra despensa perfecta para nuestras conservas.
Antes de consumir
Las conservas caseras pueden durar meses. Aunque antes de su consumo debemos siempre hacer una última comprobación a modo de control de calidad. Si la tapa está abultada, hay burbujas en el líquido conservante o al abrirla desprende algún olor desagradable, es muy probable que no esté en las condiciones. En todos los demás casos, podremos disfrutar de nuestra conserva, que una vez abierta debemos mantener en la nevera y consumir antes de una semana, durante los primeros días.